Nuestra idea del Caribe muchas veces se asemeja a la típica postal en la que se retratan playas, palmeras y arena. Pero al estudiar la historia de esta región, nos damos cuenta de lo poco que esa imagen retrata.
Mi visita al Museo Mapuka de la Universidad del Norte me permitió acercarme más a esa cultura diversa que caracteriza a Colombia y a la región Caribe. Al cruzar sus puertas, sentí cómo las palabras y la arqueología exhibida me llevaban por un viaje en el tiempo. Uno en el que descubriría la profundidad y complejidad de los pueblos que habitaron la zona hace más de 25 mil años.
Los orígenes: primeros pobladores
En mi primera parada, me encuentro frente a un dibujo de un mastodonte. A su alrededor, puedo ver sus restos, además de herramientas talladas que permitieron a los primeros pobladores cazar estas especies de la megafauna. El mastodonte ahora parece mirarme desde mi celular al escanear el código QR de realidad aumentada. Comparar su tamaño con el de un humano me resulta fascinante.
San Jacinto: la tecnología alfarera
Caminando hacia la siguiente vitrina, llego a la historia de San Jacinto, en Bolívar. En este lugar, la invención de la alfarería transformó la vida de los primeros pobladores.
Me detengo frente a un asa de vasija con forma de animal. Así como esta, hay muchas otras que representan la biodiversidad del bosque seco tropical. Las mujeres tuvieron un gran papel en la transmisión de este conocimiento, plasmando su cosmovisión en la cerámica. No solo implementaron el fuego para crear piezas, sino también para construir identidad.
Malambo: aldeas, yuca y murciélagos
Hace unos 3 mil años, en lo que hoy conocemos como Malambo, los grupos humanos comenzaron a consolidarse en aldeas. La agricultura y la domesticación de las plantas permitieron una vida más estable.
Puedo notar que entre las piezas en esta vitrina destacan vasijas decoradas en formas de animales acuáticos, seguramente del Bajo Magdalena. También hay una figura de murciélago que me resulta muy interesante. Está vinculada con cultos religiosos prehispánicos, puesto que el murciélago era considerado un animal sagrado.


Los taironas: arquitectos de la Sierra Nevada
La siguiente vitrina me lleva a la imponente Sierra Nevada de Santa Marta, hogar ancestral de los taironas. Me asombra saber que este grupo indígena se adaptó a la topografía de la sierra. Tuvieron que diseñar plataformas, muros de contención y canales de agua para poder asentarse en este espacio.
Y no puedo ignorar la orfebrería que se exhibe en esta vitrina: piezas hechas en oro, acompañadas de cerámicas en tonos oscuros y cremas. Todo demuestra una red de relaciones sociales y espirituales que sigue en nuestro ADN.
Los zenúes: ingenieros del agua
He descendido a la Depresión Momposina, donde los zenúes construyeron un sistema de camellones y canales para controlar las inundaciones. Transformaron este paisaje tan incómodo con una ingeniería hidráulica incomparable.
Las piezas fabricadas no se quedan atrás: las copas rituales, los rodillos, revelan no solo funcionalidad, sino una estética simbólica y ancestral. Su legado vive hasta hoy en piezas como el sombrero vueltiao.
Los malibúes: navegantes del Magdalena
La vitrina dedicada a los malibúes me lleva al río Magdalena, en el que el lenguaje del agua se integra con el de la tierra. Las vasijas oscuras, los silbatos zoomorfos y los diferentes tipos de collares hechos con moluscos hablan de una cultura en tránsito, en movimiento. Un tejido de comercio, viajes y tradición.
La invasión
Finalmente, me encuentro frente a una vitrina llamativa, con vasijas de loza, rosarios católicos y azulejos decorativos. Pero entre los artefactos exhibidos, se esconde una historia de dolor y esclavitud. Sí, estoy frente a los restos de la conquista europea, un periodo marcado por el control y la violencia. Un periodo que nos enseña cuánto debemos apreciar la historia de nuestros ancestros, quienes fueron los primeros en habitar la región.

Lo indígena sigue vivo en el registro arqueológico y en toda Colombia. Sin embargo, es nuestra responsabilidad proteger esta diversidad milenaria que nos recuerda que esta tierra está moldeada por múltiples historias.
El Museo Mapuka no exhibe objetos: recupera la memoria y nos invita a mirar el pasado con nuevos ojos, a reconocer el valor de la cultura indígena. Es un recorrido imprescindible para quienes queremos entender de dónde venimos y hacia dónde vamos.