Por: MSc Mariauxi González-Molina
Bióloga con distinción honorífica y Magíster en Biología, Docente Universitaria en Bioquímica y Genética.
Cada 13 de abril se celebra el Día Internacional del Beso, una fecha que nos invita a reflexionar sobre este gesto tan cotidiano como poderoso. Desde el Planetario Combarranquilla e Imagenia, quisimos ir más allá del romanticismo y explorar el beso desde una mirada científica. Por eso, invitamos a la MSc. Mariauxi González-Molina, Bióloga con distinción honorífica y Magíster en Biología, Docente Universitaria en Bioquímica y Genética, a contarnos qué ocurre en nuestro cuerpo cuando besamos y por qué este simple acto tiene tanta fuerza evolutiva, emocional y bioquímica.
El beso es un gesto tan común en las relaciones humanas que, a menudo, no pensamos en su origen ni en las complejas reacciones que provoca en nuestro cuerpo. Sin embargo, detrás de este simple acto, existen procesos evolutivos significativos que han impactado tanto en nuestra biología como en nuestra bioquímica. Existen diferentes tipos de besos orientados a diversas regiones del cuerpo, y todos nos han ayudado a conectar emocionalmente con otras personas. A través del acto de besar, intercambiamos señales químicas que pueden influir en nuestra percepción del atractivo de una pareja potencial, marcando un hito en el curso evolutivo de nuestra especie.
El estudio sistemático del origen e implicaciones del beso se aborda a través de la filematología. Cabe destacar que esta no es una conducta exclusiva de los seres humanos. En otros primates, se ha observado un comportamiento similar, en el que los individuos se frotan los labios o las caras para fortalecer vínculos sociales o reducir tensiones. Esto sugiere que, desde un punto de vista evolutivo, el beso podría haber nacido como una forma de contacto físico que promovía el acicalamiento, ayudaba a evaluar la compatibilidad de una pareja y mantenía la cohesión dentro de un grupo. Con el tiempo, este comportamiento se fue sofisticando en los humanos, convirtiéndose en una manifestación afectiva y emocional, especialmente vinculada al amor y la atracción.
Durante el acto de besar, se desencadenan una serie de reacciones bioquímicas que afectan tanto nuestra mente como nuestro bienestar físico. Una de las sustancias cuyos niveles aumentan es la dopamina, una molécula que incrementa la sensación de placer y satisfacción. La dopamina favorece la estimulación de la motivación y la recompensa, razón por la cual un beso se siente agradable y nos impulsa a desear repetirlo. Además, tiene efectos interesantes en la actividad del corazón, ya que actúa sobre el músculo cardíaco, aumentando la frecuencia y la actividad cardíaca debido a sus efectos cronotrópicos e inotrópicos positivos.

Otra hormona que se libera al besar es la oxitocina, conocida como la “hormona del amor”. Esta hormona se libera durante el contacto estrecho, promoviendo la sensación de cercanía y confianza. La oxitocina fortalece el vínculo emocional entre las personas, lo que explica por qué los besos pueden crear una sensación de unión. Además, durante un beso apasionado, se activa el sistema nervioso simpático, lo que provoca la liberación de adrenalina. Esta sustancia genera una sensación de excitación, eleva el ritmo cardíaco y crea una sensación de euforia, lo que hace que un beso pueda experimentarse con gran intensidad emocional. La adrenalina también reduce los niveles de cortisol, una molécula relacionada principalmente con el estrés, lo que contribuye a una sensación de bienestar. En especial en las mujeres, la oxitocina juega un papel crucial en el control de la actividad sexual, el parto y la lactancia.
A nivel bioquímico, otra molécula relevante es la serotonina, que está asociada con la regulación del estado de ánimo y el bienestar general. Durante un beso, los niveles de serotonina también aumentan, lo que refuerza la sensación de calma y felicidad. Además, aunque no siempre somos conscientes de ellas, las feromonas, sustancias químicas que nuestro cuerpo produce, pueden influir en nuestra atracción hacia otras personas. A través del beso, estas señales químicas se intercambian, lo que puede afectar nuestra percepción de la compatibilidad con la pareja.
El beso también cumple una función en la evaluación de la salud de la otra persona. A través del contacto físico cercano, podemos percibir la calidad del aliento o la higiene bucal. Además, el beso puede ser un vehículo para la transferencia de agentes patógenos, como bacterias y virus, lo que explica la existencia de enfermedades como la mononucleosis infecciosa, conocida popularmente como la “enfermedad del beso”.
El beso no solo cumple un papel en la creación de vínculos emocionales, sino que también ha tenido una función importante en la selección natural a lo largo de la historia de nuestra especie. A través de este acto, no solo compartimos afecto, sino que también se activan procesos biológicos profundos que nos conectan a un nivel más fundamental. Los besos son, por lo tanto, una manifestación de nuestra humanidad, cargados de significados biológicos y emocionales, que no solo refuerzan nuestras relaciones, sino que, a través de la evolución, nos han ayudado a elegir a las parejas más adecuadas para nuestra supervivencia y bienestar.
Fuentes bibliográficas
Agyeman, H. K., Owusu-Banahene, J., Agyeman, B. K., Darko, E. O., Agyeman, D., Afful, C., … & Korletey, W. (2019). Neurophysiology of Philematology and Some Infectious Disease. Advances in Biological Chemistry, 9(04), 143. Lameira, A. R. (2024). The evolutionary origin of human kissing. Evolutionary Anthropology: Issues, News, and Reviews, 33(6), e22050.